El momento que las voces habían estado esperando
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La valentía del compromiso

Pedagogía, la carrera que está tan envuelta en la misoginia de la sociedad que solamente uno o dos hombres al año se atreven a estudiarla. La que, según algunos, prepara para la maternidad y a su vez, si se decide trabajar, tiene muchísimas ventajas “ay, qué bonito, vas a tener las tardes libres para atender a tus hijos ¡y sus mismas vacaciones!”; o, según otros, es una carrera fácil, que al compararla con ingenierías o medicina, no le llega ni a los talones. Siempre que preguntan por la carrera que estudio, encuentro decepción cuando escuchan la respuesta.

Cuando tomé la decisión de entrar a Pedagogía, aunque sabía que era mi vocación, tenía miedo. Al parecer, no importaba lo que quisiera hacer de mi carrera, solamente lo que la comunidad dijera que podía hacer con ella. Llevo dos años y medio estudiando los fenómenos educativos y me atrevo a decir que no es tarea de la caricatura femenina de la sociedad mexicana, es tarea de la gente valiente, comprometida, resiliente, y sobre todo, emocionalmente inteligente.

La valentía, como yo la concibo, significa atreverse a hacer lo correcto aunque cada centímetro del cuerpo diga lo contrario. La pedagogía es del valiente porque, en un mundo en donde la humanidad es opcional, en donde se premia el fin y se ignoran los medios, las y los pedagogos se atreven a usar los recursos correctos para el fin correcto: construir un mundo más compasivo, justo y pacífico.

El compromiso de la pedagoga no tiene que ver únicamente con la construcción de un mundo mejor, sino también en la construcción de mejores personas. Es por esto que tener en cuenta el contexto, como nos dicen en todas las materias, sí es importante, pero más importante aún es tener en cuenta que cada cabeza es un mundo.

Nuestro compromiso como pedagogas y pedagogos está en enseñar que el medio es el importante, el que realmente construye conductas, habilidades y mundos mejores. Debemos pensar siempre a largo plazo; educar no es para el impaciente, ni para el que toma el camino fácil.

La pedagoga, eternamente comprometida con el mundo y con el servicio al otro, debe ser, por su propio bien, inteligente emocionalmente, pues esto es el puente entre la valentía y el compromiso social.

Debemos conocer nuestras emociones y a nosotras mismas al derecho y al revés, debemos saber cuándo escuchar a la intuición y cuándo escuchar a la experiencia. Pero sobre todo, debemos ser empáticas en todo momento: esto nos permitirá conectar con el otro y construir un plan educativo que realmente sirva a la comunidad y a los individuos.

Situándonos en el mundo ya descrito, al mismo que no le conviene cambiar paradigmas, las pedagogas y pedagogos nos vamos a enfrentar con obstáculos que rompan el cuerpo y el alma; momentos de tal desesperación que la urgencia por renunciar será la decisión más inteligente. Ahí entra la resiliencia; en esos momentos, nos sostendremos en un mundo en donde cada uno dé lo mejor de sí, honraremos nuestra valentía por perseverar en la construcción de un mundo en donde quepan todas las personas y agradeceremos a nuestro carácter; porque iremos en contra del mundo, pero a su servicio.