Se encuentra en nuestros más profundos pensamientos, aquellos que me avergüenzan, de los que quisiera que nadie se enterara. quién sería yo, como futura educadora, al tener encuentros con reacciones y pensamientos racistas, al encontrarme con situaciones que me sacan de mi conocimiento y de mi contexto.
¿Será que así no puedo acompañar a nadie en su camino de aprendizaje? ¿será que así, con esta forma de pensar que predico el odio por la otredad sin siquiera darme cuenta? o quizás ¿será que nunca podré estar al frente de un salón diverso, guiando y promoviendo el aprendizaje?
Es muy difícil, y me hace sentir impotente al ver que el racismo está enraizado en lo más profundo de nuestra sociedad; sociedad la cual me abraza a cualquier sitio al que voy, donde soy feliz, a donde pertenezco y le tengo un profundo afecto. Pero ¿qué podría hacer yo al respecto? si crecí en la sociedad donde el color de la piel dicta de manera casi preestablecida donde trabajarás en el futuro, o en qué oficio puedes encontrar ciertos colores de piel hoy en día.
En México, pareciera que puedes salir de casa con un catálogo de colores, pero no colores como los Pantone, o pinturas Comex, con los colores con los que anhelas decorar tu casa y convertirla en un hogar. Me refiero a un catálogo de color de piel, en el cuál, los colores más claros, son los que se encontrarán más arriba siempre, en mejores restaurantes, escuelas, empleos, carros, etc., y los colores más oscuros se encuentran por debajo.
Este catálogo, no solo contiene diferentes tonalidades, sino que, estos también están clasificados por categorías; mexicanos, mexicanos con doble nacionalidad, del norte y del sur, también los hay indígenas, fresas, nacos, cholos, whitexicans, beliquillos, alucines, mirreyes, Godínez, juniors, y un sinfin de categorías más; casi siento que cada día hay una nueva.
Lo más difícil de creer, es que este catálogo no sea un libro en sí, pero al mismo tiempo sí lo es. Algo muy difícil de explicar creería yo, pero con un sinfin de pruebas que lo demuestran, y que están presentes en la mañana al despertar y a lo largo de todo el día en la vida de cualquier persona habitante de este país.
En el salón es diferente, sabemos, como pedagogas, que la escuela es un ente muy separado de la comunidad, como un mundo aparte, del cual, muchos temerán salir y muchos otros temerán entrar.
Digo que es diferente, porque en el mundo real, el mundo de los adultos, el racismo es lo más normal, aunque nadie diga nada, y aunque nadie haga nada al respecto. Mientras que, dentro de las escuelas, la honestidad de la niñez lo hace mucho más fuerte, ahí no hay que disimular. El alumnado no se junta con la otredad porque es negra, o india, o pobretona.
Y aquellos que son excluidos no tienen tanto miedo de decir por qué no quieren ir a la escuela, como lo tendría una mujer cuyo jefe abusa de ella, porque sabe que nadie en el despacho le creería, pero la niñez en edad escolar sí tiene miedo de ir a la escuela, de sentarse en su banca y de salir a disfrutar en el recreo.
¿Cómo podré predicar el respeto por las razas, si yo misma, inconscientemente y sin ser intencionalmente recibí una educación que sí lo fue? pero más importante, ¿con qué ojos consolaré a aquel niño o niña al que tratan horrible, por algo que es incontrolable e incambiable? y, cómo haré para no soltarme a llorar junto con él sobre las injusticias que no solo ocurren, sino que se promueven en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
Hablar de cómo me da miedo, enfrentarme al racismo como educadora, me hace traer a la mesa de mis pensamientos dos cosas muy importantes: la primera, siendo el privilegio que me ha dado mi color de piel, y lo espantoso que eso suena.
Lo que me ha costado abrirme a la compasión ya que la discriminación racial es algo que jamás me ha tocado experimentar. Lo segundo, la profunda admiración que tengo por quienes a pesar de lo dolorosa que es la discriminación y todo lo que ésta conlleva, hacen el esfuerzo por no perder sus raíces culturales, familiares, personales, y las muestran al mundo con orgullo.
Es emocionante y esperanzador el aprender y conocer acerca de las culturas indígenas, cuyos pobladores cargan el color de la tierra en su piel, pero no simplemente en lo superficial, si no, en todas las dimensiones posibles.