El momento que las voces habían estado esperando
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La estética, el poder del arte

El concepto de estética se relaciona en su origen con dos vocablos de origen griego; Aistetiké que indica perceptible y Aistesis que significa sensibilidad u observable por los sentidos. En cualquiera de estas dos definiciones, la idea central tiene que ver con la capacidad de tomar nota de la realidad que nos rodea y específicamente, en relación con una cualidad, a aquellos caracteres naturales o adquiridos que distinguen a las personas, a los seres vivos o a las cosas.

Así, al referirnos al arte, las cualidades estéticas son algunas de las propiedades de las obras que las hacen valiosas por su aspecto exterior o apariencia, así como también, por aquellas características que nos permiten darles un sentido o significado. Esto es, dependiendo de su valoración, considerando algunos criterios determinados, como pueden serlo: la situación del objeto dentro de su contexto histórico y el análisis de lo que expresa (Dewey, 2005).

Existen cuatro tipos de cualidades que deben de estar presentes en una obra para poder realizar una percepción estética:

  • CUALIDADES SENSORIALES
    Son las propiedades del aspecto formal de un objeto que lo hacen agradable a los sentidos. Son los valores sensoriales en su textura, color, tono, es decir en su aspecto formal; la textura de un tejido, los colores de un cuadro, el brillo de una escultura o el timbre de un instrumento musical. No es el objeto físico el que nos deleita, sino su presentación sensorial (Beardsley, 1997).
  • CUALIDADES FORMALES
    Se refieren a la manera como se combinan en un mismo objeto artístico los distintos elementos que lo componen, a la relación que existe entre éstos. Así, en un poema, las palabras en cada una de las frases y cada frase en el conjunto del poema. En una pintura, los contrastes entre las figuras -si las hubiera- y el fondo. En una composición musical la combinación de sonidos y silencios y su desarrollo temporal. Suele decirse que una buena combinación de orden y sorpresa, o de unidad y variedad, son cualidades formales positivas que caracterizan a las buenas obras de arte (Broudy en Diez del Corral, 2005).
  • CUALIDADES VITALES
    Se refieren a las ideas, sentimientos o vivencias que transmite una obra de arte. No se trata de propiedades que puedan localizarse “físicamente” en la obra, sino que son vehiculadas por ella. Es decir, se refieren a lo que nos hacen sentir en su presencia cuando sabemos leer sus formas. Son los valores extraídos de la vida exterior al arte y que nos permiten experimentarlas en la plenitud de nuestra vida emocional (Dewey, 2005).
  • CUALIDADES TÉCNICAS
    Se refieren a la manera en la que ha sido creado el objeto (Broudy en Diez del Corral, 2005)

Es así como la apreciación de las cualidades estéticas de un objeto artístico depende de por lo menos, tres factores: uno, que las cualidades estén presentes en el objeto; dos, que el contemplador sea capaz de reconocerlas y tres, que las cualidades nos asombren, que nos permitan descubrir algo sobre nuestra propia capacidad de conmovernos y se conviertan así, en una manera de explorar las artes más profundas de nuestro paisaje interior.

“Es decir, al vivirlas, actuamos sobre el mundo de la misma manera que el mundo actúa sobre nosotros, transformándonos“

Aquellos momentos en los que transmutamos el simple percibir hacia el percibir sensible John Dewey los denominó “experiencias estéticas” y las definió como aquellos momentos de descubrimiento, ante los cuales se activan las emociones y con ello se abre una relación personal con el mundo; se experimenta la vida de una manera distinta y se subjetiviza la relación con lo que nos rodea.
De acuerdo con él, estas experiencias modifican simultáneamente al entorno y a nosotros mismos. Es decir, al vivirlas, actuamos sobre el mundo de la misma manera que el mundo actúa sobre nosotros, transformándonos; modificando nuestras experiencias pasadas y las futuras; reconstruyendo las experiencias pasadas y definiendo la cualidad de las posteriores (Greene, 2001).
La variedad de estas vivencias se convierte en un medio para desarrollar un pensamiento visual que contribuye a la formación de una estructura mental que nos sirve para categorizar la realidad y aprender de ella. Los procesos cognitivos implicados en el desarrollo del pensamiento visual que se desarrolla al apreciar una obra de arte nos proveen de una visión amplia e interiorizada que, nos permite relacionarnos de manera enriquecida con el entorno y, nos habilita
para poder relacionarla con cualquier otro nuevo descubrimiento.
Es decir, la identificación de las formas, la categorización de las partes, las relaciones y contra posiciones que se establecen entre ellas, e incluso, la percepción totalitaria del objeto, son procesos que contribuyen a la solidificación de conceptos perceptuales que benefician directamente al pensamiento consistente de una persona (Arnheim, 1997).

Esta posibilidad de interiorizar el mundo de manera significativa les concede a las experiencias estéticas un valor pedagógico extraordinario, ya que nos ayudan a diversificar y profundizar en nuestros conocimientos y, nos proporcionan el deseo y la capacidad para cambiar de perspectiva potencializando nuestro desarrollo.
Así, las artes nos ofrecen ver lo que no habíamos advertido y a sentir lo que no habíamos sentido, facilitándonos las condiciones para despertar al mundo que nos rodea y propiciando una manera particular de conocer y de pensar.

Aprender a observar una obra de arte es aprender a pensar, es una manera de cultivar las disposiciones del pensamiento. Cuando logramos sustituir el pensamiento difuso (inteligencia experiencial) ante una obra de arte, por la intención de concretar clara y profundamente las maneras de pensar y mirar el arte (inteligencia reflexiva), desarrollamos “disposiciones” de pensamiento. (Perkins, 1994) Es decir, conductas intelectuales amplias que incluyen habilidades, actitudes, motivaciones, emociones, y otros elementos que determinan nuestra manera de abordar nueva información.

Acerquémonos al arte y tomémonos el tiempo para pensar, observar ampliamente y reflexionar profunda y organizadamente.

 

 

  • Arnheim, R., (1997). Visual Thinking., Berkley and Los Angeles California: University of California Press
  • Beardsley, M. y Hospers, J., (1997). Estética: Historia y Fundamento., Madrid, España: Ediciones Cátedra
  • Dewey, J., (2005). Art as experience: New York, USA: The Penguin Group
  • Dewey J., (2004). Experiencia y educación., Madrid, España: Editorial Biblioteca Nueva
  • Eisner, E., (2014). El Arte de la creación de la mente., Barcelona, España: Paidós
  • Elkins, J., (2003). Visual Studies, A Skeptical Introduction., New York, New York: Routledge
  • Greene, M. (2004) Carpe Diem: The Arts and School Restructuring.,Teachers College, Columbia University.,
    Teachers College Record., Volume 95, number 4, (pp. 494-507), Columbia University
  • Housen, A., (1983). The Eye of the Beholder. Measuring Aesthetic Development, Cambridge, Massachusetts:
    Graduate School of Education, Harvard University.
  • Montenegro Ortiz, C.M., (2014). Arte y experiencia estética: John Dewey. Revista nodo, (17, Vol. 9), 95-105
  • Perkins, David., (1994). The Intelligent Eye. Learning to think by Looking at Art, Nueva York, Nueva York: J. Paul
    Getty Museum

Pedagoga de corazón

¡Hola! Soy Alejandra Luna y estoy muy feliz de acompañar su proceso de formación ahora como coordinadora de la Licenciatura en Pedagogía. Esta maravillosa carrera que nos da la oportunidad de transformar el mundo con la fuerza de la curiosidad por aprender a nuestro favor. Fui una niña afortunada, la cuarta de cuatro hijas, el último intento de mi Pa por tener el “hombrecito”… la primera travesura de mi existencia. Eso determinó siempre una considerable diferencia de edad con mis hermanas, no cabía en sus juegos y tampoco en sus pláticas, pero me encantaba sentarme a ver cómo hacían sus tareas. La que me llevaba menos años, cuatro, se compadeció de mí y me enseñó a leer antes de que entrara a la escuela. Mi mamá le compró gises, un pizarrón, sellitos y, ¡claro! mis otras dos hermanas se encantaron con la idea, entonces comenzaron a enseñarme a sumar, restar; se divertían mucho haciéndome juegos de cálculo mental, haciéndome repetir las capitales de los países, entre muchas otras cosas que se les ocurrían.

El gran problema fue la escuela. Me aburría un montón. Cuando un maestro de segundo de primaria nos estaba enseñando a restar y nos dijo que 2 menos 5 “no se podía”, no me contuve más y le dije muy molesta que sí se podía, que era menos tres. Sí, fue un problema la escuela. El profe me agarró tirria, tanta que acabaron cambiándome de colegio, a uno con muy buena reputación de por el rumbo, pero no hubo mayor diferencia. Acabé por regresar a la primera, y ahí, en sexto, la maestra Guille nos abrió una biblioteca, un librero de metal en su salón. Si acabábamos pronto el trabajo, podíamos tomar un libro y, si nos gustaba, nos dejaba llevárnoslo a casa. Fue la maestra que me cambió la vida… la primera, porque puedo dar las gracias de haber tenido varios docentes significativos.

En ese trayecto, me encontré con personas a quienes pude enseñar también a leer y escribir, a sumar y restar, a comprender lo que no entendían en clase, a descubrir las formas en que aprendían mejor. La emoción que me llenaba en esos momentos me siguió llenando ya en mi vida profesional, con adultos, con ejecutivos, con estudiantes de preparatoria, de primaria, chiquitos de preescolar y, sí, hasta ahora, con mis grupos de licenciatura y posgrado.

No hice la licenciatura en pedagogía, no me enteré de que existía. Mi licenciatura la hice en letras, mi otro amor. El discurrir de la conciencia de Virginia Woolf, la acidez sarcástica de Byron, la pasión de Hawthorne y de Tomas Hardy; los dramas de Shakespeare, la sutileza de Emily Dickinson, son parte de mí misma. En la facultad me encontré a otro de mis grandes maestros, Mr. Colin White. Él, pipa en mano, nos miraba con sus ojos profundos, esbozaba una sonrisa y nos decía en su perfecto inglés escocés: “terminar una licenciatura sirve para darse cuenta de todo lo que uno no sabe”. Pensábamos sus estudiantes que era una cosa más filosófica que real, pero sí, era real. Lo ineludible del aprendizaje a lo largo de la vida era lo que nos estaba avizorando.

“Y así, de un amor a otro, regresé a la enseñanza.”

Mi servicio social lo hice en la coordinación de la carrera, en plena reestructuración del plan de estudios. Aprendí a hacer fundamentaciones curriculares, la importancia de elegir la palabra correcta de la taxonomía de Bloom, mis compañeros me nombraron representante estudiantil en el proceso, tenía que darles cuenta periódicamente de cómo iba el nuevo programa, explicarles las razones, escucharlos y regresar con el cuerpo académico a exponer sus inquietudes. No me di cuenta, pero estaba aprendiendo los pininos de la gestión educativa. Poco antes de titularme, ya terminado servicio social, tesis y demás requisitos, estalló la huelga y duró un año. Y así, de un amor a otro, regresé a la enseñanza. En ese momento entré a trabajar en una empresa como docente de inglés, donde con el tiempo también acabé en el área de gestión.

Seguí mi andar por distintas escuelas y niveles educativos. De la mano de mis estudiantes que enfrentaban problemas de aprendizaje o que vivían con necesidades especiales. Conocí innumerables especialistas y todo tipo de diagnósticos: TDAH, TOD, ansiedad, depresión, trastornos endocrinológicos y neurológicos, entre otros. Ellos me empujaron al estudio autodidacta del neurodesarrollo, la didáctica, la pedagogía, la psicología, entre muchas otras. Pero, cuando les daba recomendaciones a sus padres –sobre su aprendizaje, por supuesto, no de salud–, venían de “la miss”, y no las aplicaban sino hasta meses
después que algún especialista, me decían, se los había sugerido.

Fue así como llegué a la Maestría en Investigación y Desarrollo de la Educación (MIDE) de la Ibero y después, una de mis travesuras más recientes, al Doctorado en Educación. En mi estancia aquí, ya por ocho años, me he convencido más de la importancia que tienen en la vida de una persona esas grandes figuras docentes. Mi directora de tesis y mentora también transformó mi existencia. Yo no pretendo ser una roca en la vida de nadie, pero sí uno de los granitos que le
integran. Sé que la educación es una de las vías más significativas para lograrlo, porque no soy pedagoga de formación, pero sí de corazón.